Algunas cosas, simples o complejas, adquieren formas caprichosas, singulares, fruto de fuerzas, circunstancias, acciones o accidentes a las que son sometidas sin, en principio, un plan determinado. La más auténticamente caprichosa es, como intuimos, la naturaleza, al menos desde lo que podemos comprender de su funcionamiento, pero los seres humanos también intervenimos sobre el mundo y sus cosas sin muchas veces preveer sus consecuencias ni, por tanto, la forma que finalmente tomarán, o sea, su presencia. Y esto es lo que, a la postre, ha terminado por llamarme la atención, aquello que ha tomado una forma y no conocemos su intencionalidad.
Tunear un coche es claramente un capricho, sin embargo no es esto de lo que se trata ni lo que para este proyecto me interesa. El capricho que me atrapa, sorprende y estimula no es otro que el del azar, el de lo indeterminado, el involuntario, el capricho que no sabemos ni de donde viene ni a donde va. El capricho que se genera sin que aparezca la mano de su creador o creadores, la forma sin firma, la genialidad sin genio.
Mientras algunos piensan que para todo hay un plan (lógico o divino), por mi parte me decanto por pensar que hay una parte que se escapa (al control del sistema) y es por ello que considero que en verdad una buena parte de la vida resulta ser puro capricho, y una parte de esa parte puede resultar, al menos fotográficamente, atractiva e interesante.
La nubes, siendo como son el capricho de los caprichos preferiremos dejarlas libres, haciéndose y deshaciéndose sin fin.