Dos seres, o más, comparten algo, algo que sólo ellos están llamados a compartir. Mientras dura esa complicidad es como un tendido mágico innacesible para los que están fuera. También los objetos, y hasta los lugares, son susceptibles de volverse cómplices nuestros, pues puede darse que estos no sean propiamente ni usados ni poseidos sino que impere como una especial suerte de encantamiento. Pero siendo la ley de usar y tirar la que se va imponiendo es lógico que falten complicidades y falten encantamientos. ¿Quién puede hacerse cómplice de la ropa de Zara y los muebles de Ikea?
Este proyecto busca esas complicidades y esos encantamientos, aún a pesar de que sin ser apenas conscientes de ello paulatinamente vamos desapareciendo del mundo físico para, de forma gaseosa, ir habitando en el virtual, el cual es mucho más difícil de fotografiar y sobre todo, al menos para mi, bastante menos poético.