El rostro es un lugar, cada uno por lo general con una rica y variada orografía. Alberga montañas, valles, cuevas, bahías, evidencias y misterios. Similar a otros pero a su vez único y de momento irrepetible. El tiempo y las múltiples circunstancias de la vida lo irán transformando de igual forma que ocurre con la piel de la tierra, y en verdad con todo lo existente. Más que ninguna otra parte del cuerpo (pues el rostro casi siempre está al descubierto) guarda la memoria física del acontecer de todo su ser. El conjunto de rostros conforma el universo humano que, como el resto de las cosas, evoluciona, se expande o contrae sin fin. Pero lo más singular de ese lugar es que no solo lo miramos sino que también nos mira. Un lugar, un paisaje, que mira al que lo mira, un paisaje, un lugar, que nos devuelve la mirada. Siendo el paisaje lo visible, su mundo sería el alma. La utopía del rostro debería conseguir que este fuera una máscara verdadera, o sea, el espejo del alma.